Cuando llegamos a Pazos de Arenteiro nos sentimos aliviados, habÃamos llegado a nuestra ruta, la que nos habÃamos propuesto ese dÃa. Además de sentirnos realizados, nos alegramos de haber transitado por un paisaje único, disfrutando del contacto con la naturaleza y todos los pequeños detalles que nos regala que juntos se vuelven grandes. Siempre he dicho que hay belleza en los detalles, es necesario saber observar y no solo mirar, en estos dÃas prestamos poca atención a la vida que se desarrolla - la exigencia es que todo sea rápido, más rápido y más cantidad mejor - Siempre he preferido la calidad a la cantidad, el camino me estaba dando justo eso, paisajes únicos con detalles maravillosos para apreciar. Sin embargo, habÃamos establecido los dÃas que tenÃamos para recorrer el camino y los puntos donde nos proponÃamos llegar a cada etapa eran los únicos lugares donde tenÃamos albergues para dormir, corrÃamos el riesgo de pernoctar en medio de la montaña. Hasta Pazos de Arenteiro siempre contábamos con la ayuda de un compañero de São que nos recogÃa, pero a partir de ahà el viaje debÃa realizarse dentro de los lÃmites establecidos.
Pero como comentaba anteriormente en Pazos de Arenteiro nos llevamos una sorpresa muy positiva. Después de caminar durante kilómetros en medio de las montañas, comenzamos a descender y cruzamos un puente sobre el rÃo Avia y, después de caminar tanto, apareció un café - Café Bar A Ponte, desafortunadamente estaba cerrado y necesitábamos agua. HabÃa tres señores sentados frente al café y, como siempre, charlamos con ellos para saber si el establecimiento estaba cerrado o iba a abrir. Para nosotros fue una sorpresa encontrar a esos señores allÃ, para ellos fue una sorpresa ver a dos personas que venÃan de en medio de las montañas y se dirigÃan a ese lugar, se generó una conversación muy divertida y amigable.
Confieso que fue uno de los mejores momentos del camino, la forma en que nos relacionamos con las personas, la honestidad y el sentimiento generoso que tiene hacia nosotros. Nos dijeron que nos sentáramos un rato ahà en unas sillas que estaban al frente del establecimiento y nosotros como estábamos muy cansados ​​aprovechamos y nos sentamos. A partir de ahà empezó una conversación muy divertida que nos hizo olvidar el cansancio, a ellos les pareció gracioso ser portugueses y empezaron a hablar de sus experiencias en nuestro paÃs, de lo mucho que les gustaba ir a Portugal a comer bacalao, que tenÃan familia muy cerca de la frontera, incluso uno de los señores se habÃa casado con una mujer portuguesa. Nos preguntaron qué hacÃamos allà y dijimos que Ãbamos por el camino de Santiago y que nos dirigÃamos hacia Salón, que estaba relativamente cerca, a unos 2 kilómetros.
El señor con el que me senté, llamado Jesús González, fue sumamente amable y preguntó si querÃamos algo de beber, quién nos comprarÃa una cerveza o un vino hecho allà en el pueblo, que estaba maduro. Gracias por su amabilidad. Mientras tanto estaba poniendo una canción en la radio local que me dice mucho […] Cuando salió la canción me preguntaste si me gustaban las fiestas, si hubo cosas que aprendà durante mi vida, es que nadie organiza fiestas como los españoles, siempre están listos para bailar, divertirse, disfrutar de la vida, tomar unas copas con amigos, saben cómo divertirse y socializar. Continuamos nuestra conversación, curiosos si pasaba mucha gente, no nos habÃamos cruzado con peregrinos en el camino, estaba siendo raro. DecÃan que habÃa algunas personas, pero gastaban más en el verano y antes de la pandemia. Hablamos un poco de dónde venimos y uno de ellos ya habÃa estado en nuestra ciudad y recordaba bien algunos monumentos y lugares. Hablábamos de Lisboa y te acordabas perfectamente del lugar donde hacÃan los conocidos dulces, todavÃa nos reÃmos mucho con esta situación. Nos hicieron tan cómodos que por un momento nos olvidamos del camino, ese momento fue muy bueno, conocer a la gente de las localidades y conocer su historia y las historias de las localidades, siempre he agradecido este tipo de interacciones. TodavÃa hablamos de Vigo, donde tengo familia y el Sr. José Luiz también, dijo que muchos portugueses iban allà los fines de semana. En la conversación también mencionamos que habÃamos pasado por un pueblo muy bonito, pero abandonado y dijimos que en la montaña no vivÃa nadie, los señores nos explicaron que allà vivÃa un señor que habÃa elegido la vida de ermitaño, habÃa sido el lugar donde vimos los zapatos colgados. También mencionaron la Aldea Abandonada de Vinoá, donde vivÃan 14 familias y que, mientras tanto, se habÃan dispersado hacia las ciudades. Yo aproveché para comprar agua la cual tu hiciste un punto de ofrecer, yo no la quise, pero tu fuiste muy insistente y hasta preguntaste si querÃamos comer algo, te agradecà y dije que no era necesario. estaba un poco incómoda…
Desgraciadamente, ya era hora de que volviéramos al Camino, después de esa parada, la voluntad tendrÃa que volver. Los señores fueron demasiado amables, asà conocimos al señor Jesús González que se sentaba a mi lado, al señor José Luiz el dueño del café y al señor Florentino, casado con la portuguesa MarÃa Joaquina do Marco de Canavezes. Me dio pena despedirme de ti y continuar mi camino [...]
Florentino también nos dijo que pasáramos un poco más adelante por su casa a saludar a su esposa que estarÃa feliz de ver a dos de sus compatriotas allÃ, asà lo hicimos y conocimos a doña MarÃa Joaquina quien nos contó algunas experiencias que tuve con peregrinos en otros tiempos.
Continuamos nuestro camino hacia Salón, atravesando calles muy caracterÃsticas y, al cabo de dos kilómetros, llegamos al final de nuestra etapa llena de fantásticas experiencias con gente, vistas y detalles y detalles que nos llenaron de energÃa.
Por Irina Marques
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